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Nube de palabras |
El viaje por estos rumbos se pone bueno, muy bueno. Moscú, a donde llegamos desde Friburgo, lo cerramos con una ida a un antro o sea una disco tipica rusa. Mucho vodka y cerveza hasta las 12 de la noche, cuando se abrió la pista y ¡órale!, ¡todos a bailar, coquetear, intercambiar parejas…! La |
música era una mezcla de los 80 con éxitos rusos actuales –creo– y las baladas de vez en cuando para provocar el acercamiento entre las parejas ya formadas o futuras. A este lugar nos llevó, como era de esperarse, el amigo de un amigo de un amigo de Monterrey que conocí en Munich en mi curso de alemán hace tres años. El amigo del amigo del amigo vive en Rusia desde hace seis meses para aprender el idioma y hacer negocios. Regresamos a casa –un hostal bastante decente por 25 euros la noche– en taxi pirata –así son la mayoría, no somos tan especiales en México. Es sólo cuestión de levantar la mano en la calle para que un auto se pare, y ya se negocia el precio. El hostal estaba a unos 3 km, por lo que acordamos “sto rublei, da?, daa!” (sto = 100 rublos = 2 euros). Los últimos dos días en Moscú conocimos la Universidad Estatal que está en uno de los siete edificios gigantes que construyó Stalin por ahí de los 1950-60. Recorrimos varias de las impresionantes estaciones del metro, el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja (a donde llevan a todos los turistas normales, como si fueran al zócalo de la ciudad de México). También visitamos el zoológico y el jardín botánico. |
Transiberiando, 1 Intercambio, ¿Dónde andas?, 31 julio 2016 |
Al día siguiente por la noche tomamos vuelo con Transaero –compañía rusa más o menos aceptable– a Vladivostok en un Boeing 767-300 –algo viejo, por lo que no daba mucha confianza que digamos. Además nos tocó asiento en la última fila para sentir chidín –o sea, sabrosón, por si me leen fuera de México– las turbolencias. Pero estuvo bien, a pesar de todo. Llegamos sanos y salvos 9 horas más tarde a Vladivostok, la última ciudad del tren transiberiano y con 7 horas de diferencia con Moscú –equivalente a la que hay entre México y Francia. |
Desde el Facebook me contactó Inna, la amiga de una “amiga por internet”. Nos dijo que nos recogería en el aeropuerto. Inna tenía un campamento de aikido en un lugar a 5 horas de Vladivostok y pidió a sus amigas Natasha y Masha que nos ayudaran. Ellas estaban en el aeropuerto y nos llevaron a una residencia de estudiantes de la Academia de Ciencias rusa, en un lugar algo perdido en medio del bosque. Allí dormimos un poco para recuperarnos del vuelo y el jet lag. Nos recogieron más tarde para mostrarnos la ciudad: las vistas a las bahías desde un mirador, las calles y los edificios principales. |
Cenamos comida típica rusa: un shashlik de pollo –como brocheta– con una rica chela –o sea cerveza, pa los amigos no mexicanos de internet– Baltica 7, ¡la favorita hasta ahora! Fuimos a dormir a la residencia de estudiantes, Liviu –el inge rumano– en el piso con un colchoncito y un sleeping y yo en un sofá pequeño pero bien a gusto. Al día siguiente fuimos en tren suburbano al centro de la ciudad y con ayuda de la flatmate –o compañera de depa– de Natasha, pudimos comprar los boletos de tren a Khabarovsk, y luego Khabarovsk-Ulan Ude: 140 euros por los dos viajes en kupé, coupé o cupé, vagón como de segunda clase acercándose a tercera. Aprovechamos el resto del día para conocer más la ciudad y tomar un ferry medio decadente –lleno de autos japoneses con el volante en la derecha– a una isla cercana. En el recorrido me tocó ver cómo la policía secreta rusa arrestaba a tres personas, tal vez narcotraficantes. Vi el momento en el que los esposaban y todo, como en serie de televisión gringa de detectives. Llegamos a la isla y después de visitarla regresamos a Vladivostok. En la tardecita nos encontramos con Natasha y Masha, tomamos un café y nos ayudaron a preparar la partida en el primer viaje largo en tren. |